NOSOTROS, Los hijos del MAIZ.



Voy a relatarles la historia Chibcha de los orígenes del maíz, la cual me contaron cuando pequeño y en la que creo fervientemente, en especial al comprender el gran tesoro que significa para cada colombiano y suramericano EL gran MAIZ… El padre y la madre de cada uno de nosotros. Es vida, es salud, es amor.

En un tiempo los chibchas padecían gran miseria. Piracá, un joven orfebre, preocupado por su familia decidió ir al mercado, a cambiar por comida, una pequeña bolsita que tenía con pepitas de oro y esmeraldas con las que fabricaba las estatuillas para los dioses. En el camino tropezó y cayó, con tan mal destino que un ave hambrienta que le estaba merodeando, se lanzó en picada y le arrebató la bolsa; pero los granos fueron cayendo en la huida del ave. Cuando el angustiado Piracá fue a recogerlos apareció Bochica, el Dios de sus ancestros, y le pidió que dejara los granos de oro y las esmeraldas donde estaban, desparramados por todo el valle, y que regresara en un par de días con todo su pueblo por que recibiría un regalo de los dioses. Al regresar con toda su gente al lugar en que Bochica había sembrado los granos y cristales, el pueblo Chibcha encontró brillantes plantas de las que colgaban granos del color del oro y gruesas hojas verdes como esmeraldas. Era el maíz. Desde ese momento, se ha cultivado en estas tierras y se ha entendido su sagrado origen.
"Es nuestra misión impulsar una revolución gastronómica apoyada en cada uno de ustedes. Una evolución hacia dentro y no hacia afuera. Que nos lleve a identificar el verdadero sabor del espíritu colombiano". TZ. Síguenos en todas las redes. Descubre tu cocina, aprende, gana y diviértete:


Restaurante La Hacienda, el buen gusto de lo Antioqueño



Por Alvaro Molina. Caballero de la Mesa Redonda.

Estuvimos hoy en La Hacienda en el 2° piso del Astor de Junín... Qué sitio tan bonito y tan rico, es prueba que lo antioqueño puede ser de muy buen gusto... El sitio absolutamente lleno, muestra de su innegable éxito... Comimos chicharrones, tamal, sancocho, bandeja paisa y sopa de arroz. LA comida de este lugar e impecable, y conserva el sabor casero antioqueño; sin florecitas, y sin ramitas ni decoraciones obsoletas. Están dedicados a lo importante: al buen sabor, de cantidades y precios justos... Coincidimos todos en que es un sitio para llevar, con mucho orgullo y seguridad, a turistas y familiares enamorados de la cultura paisa. Pasamos rico y, por supuesto, maridamos con la única bebida que va con todo: "el guaro con mango verde", ahí está la Virgen... Tuvimos muy pocas sugerencias para sus dueños, pero si muchos elogios, y muy merecidos, para este extraordinario sitio... A Tulio Zuloaga lo pusimos a cambiar sus vinos cachés por legítimo claro con bocadillo... ¡¡¡Viva Antioquia imperial y maicera!!!

CLASIFICACION DE LOS VINOS, según su añejamiento


Un dato importante para comprender el vino y el asunto del añejamiento y su relación con el precio y la calidad. Se supondría que un reserva es más caro y mejor que un crianza. Un gran reserva, más caro y mejor que un reserva. Pero con la reciente revolución del vino y la modernidad, nos encontramos casos en que esta lógica pierde su validez. Esta es la clasificación general y válida, aunque en algunos países las regulaciones permiten nuevas categorías y procesos.

Un Vino Joven no requiere ningún tipo de crianza. Se cosecha, embotella y ofrece en el mismo año. Se trata de destacar la frescura y la fruta. Algunas veces son pasados por barrica, pero sin superar los 6 meses de guarda. Es mejor tomarlos el mismo año que dice la etiqueta. Tienen una vida útil de 2 o 3 años, así que: NO LOS GUARDES, ¡¡Tómatelos!!

Un Crianza requiere un envejecimiento de 2 años y como mínimo 6 meses en barricas de madera. El resto del tiempo, reposan en la botella. Esto les ayuda a que luego se puedan guardar algunos años, sin que se afecten.

Un Reserva requiere por lo menos 3 años de envejecimiento, de los cuales, uno debe ser en barricas de madera. Para estos se utilizan las mejores uvas del viñedo y se da un mayor cuidado a todo el proceso de elaboración y embotellado. Son vinos para guardar con tranquilidad.

Un Gran Reserva necesita 5 años de envejecimiento y, por lo menos, año y medio en barricas de madera. Para estos se utilizan, al igual que en un reserva, las mejores uvas del viñedo y se extreman los cuidados en los procesos de producción. Estos vinos son los reyes de la guarda.

Es cierto



“Es cierto, y repetiré hasta que no haya más tinta en mis palabras, que en el despertar de los sentidos se da el encuentro con la energía suprema y por ende, se alcanza la felicidad”. Tulio Zuloaga

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Restaurante AMARTI



Este lugar es el que más visito en Bogotá. Me recuerda que la cocina y el acto del buen comer, son un ritual. Mientras estoy ahí, me siento pleno, lleno de vida, reflexiono y me doy cuenta que hemos perdido muchas de nuestras buenas costumbres: Nos hemos olvidado del placer, de la salud; lo hemos sacrificado todo por la estética y hemos comido en exceso para aliviar nuestras penas. En Amarti me siento feliz, porque estoy convencido que allí, cuerpo y espíritu, encuentran el verdadero equilibrio y su razón de ser. Lo que más me llama la atención es la bola de pan inflada que te sirven cuando llegas, y que ha sido cuidadosamente elaborada en un gigantesco horno de leña, indiscutible rey del lugar. Pero como no solo vas a comer pan, voy a recomendarte otro de mis favoritos en ese lugar: Una Pizza Blanca Nieves; majestuosa combinación de quesos Brie, Camembert, Mozarella y Gruyere, servidos sobre la más increíble, delgada, crujiente y hogareña masa de pizza. Sin palabras.

VALOR: $ 10.000 (Del Pan) - $ 30.000 (La Pizza Blanca Nieves)
Maridaje Recomendado:
TAHUAN SYRAH $ 95.000
Tel: (031) 214-9017
Calle 119 # 6-24 Usaquén
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DESCUBRIENDO EL SABOR DE MI ESPIRITU


A los colombianos nos avergüenza nuestra cocina.
Por TULIO ZULOAGA
tulio@soyvino.com

En días pasados tuve la oportunidad de visitar la Península de Yucatán y conocer parte de su gastronomía. Tremenda lección la que me dieron los Mexicanos. El apropiamiento y honesto orgullo que sienten por aquello que se asa, cuece y amasa en esas tierras es lo que ha hecho grande su cultura y su patria. Se trata más de un asunto espiritual que de simple física. Algo así debería suceder en Colombia. Aceptar que para evolucionar en este tema se debe mirar hacia dentro. Entender que la respuesta está en los fogones de los ancestros y no en las manos de las estrellas culinarias del extranjero ¿Cuándo vamos a entenderlo? Los modelos a seguir deberían ser los de aquí, no los de allá. Todo cocinero y cada colombiano tendría que saber quiénes son Lácydes Moreno, Sofía Ospina de Navarro, Zaida de Restrepo, Leonor Espinoza, Carlos Yanguas, Carmen Vásquez, Teresita Román de Zurek y Julián Estrada por nombrar solo a algunos; pero no, aquí se habla con orgullo de los logros de Gastón Acurio, Jamie Oliver, Ferrán Adriá y Santi Santamaría. Hoy los jóvenes quieren ser como el francés Alain Ducasse y no como las cocineras del Pacífico ¿Por qué? Si son ellas quienes sostienen, con sus amasijos y preparaciones, la historia y el carácter de este pueblo. Saben interpretar el sabor de nuestro espíritu. La magia está ahí. La verdadera alquimia vive en sus corazones. Por héroes culinarios tenemos que aplaudir y admirar a nuestras abuelitas, madres y empleadas de casa que con vehemencia, convencimiento, amor y sabiduría han sabido defender toda una cultura que nosotros nos hemos empeñado en despreciar y descaradamente desconocer. Es verdad. A los colombianos nos da pena nuestra comida. Cuando empecemos a servir en matrimonios, primeras comuniones, navidades y cenas de Fin de Año nuestros tamales, lechonas, frijoles, masatos, arepas, mondongos y ajiacos, entenderemos un poco acerca de ese gozo que disfrutan los comensales peruanos y mexicanos. Nuestra cocina no es menos que la de ellos. Somos nosotros quienes insistimos en verla pequeña y desvalida. Sin ser chovinista, me atrevo a decir que en Colombia podemos encontrar más riquezas en técnicas, ingredientes, sabores y preparaciones que en muchas de las famosas mecas culinarias de la actualidad. Es difícil reconocerlo pues sufrimos de vergüenza histórica y va a ser difícil superarla. Miren no más, cuando recibimos a un visitante de otras latitudes ¿qué es lo primero que le llevamos a comer? Si es español, paella; y si es francés, pretendemos descrestarlo con nuestros crepes. La respuesta: Desilusión para el invitado y para el anfitrión. Para sorprender hay que servir lo propio, en lo que somos especialistas. Hay que ofrecer lo que nos pertenece. Es fácil de entender: ¿Han comido bandeja paisa en Londres, Nueva york o Madrid? Ni en las curvas sabe a la de aquí. Porque el plato más allá de sus ingredientes también es el ambiente, la música, el aire, el olor de la tierra y la mano del oriundo cocinero ¿Por qué no llevamos a nuestros amigos de fuera a comer sancocho, mazamorra o pescao? Creemos que estas preparaciones no están a la altura. Misma razón por la que no las servimos en las fiestas y celebraciones importantes de nuestras vidas. Tremenda desfachatez ¡¡Que tara la que tenemos en la cabeza y el corazón!! Es necesario entender que nunca un chef en Italia, por grandioso que sea, podrá ser el mejor preparando recetas colombianas; así como nosotros tampoco llegaremos a desarrollar la mejor cocina Peruana. Siempre habrá un Iván Kisic que nos ganará en Perú con el verdadero sabor Inca y de exacta manera, existirá un Alvaro Molina que arrasará imbatible con su cocina colombiana al resto del mundo. Cada uno tiene lo suyo. La inteligencia culinaria consiste en reconocerse y saber explotar lo propio para alcanzar el éxito.

Los culpables de este desconocimiento hemos sido nosotros, los de esta generación. Permitiendo que los jóvenes de nuestra patria crean que para hablar de alta cocina, de sofisticación, de elegancia hay que referirse a Francia, España, Italia o Japón y sus foie gras, fabadas, pastas o arroces. Para muchos las preparaciones colombianas jamás cabrán dentro de esta categoría a menos que se transforme. Para ser honesto, lo único que hay que transformar es la poca visión que tenemos y la falta de amor propio. Es por eso que a partir de esta edición, empezaré a buscar esos tesoros culinarios que siguen vivos en los rincones de nuestra ciudad demostrando que uno de los aspectos más importantes de la cultura de un pueblo está constituido por las tradiciones culinarias, cuyas características regionales dan origen a una riqueza gastronómica incomparable y a una identidad clara y profunda. Desde hoy me comprometo a impulsar una revolución gastronómica avalada por el corazón y apoyada en cada uno de ustedes. Una evolución hacia dentro y no hacia afuera, como ya lo dije antes. Una revolución que nos lleve a descubrir el verdadero sabor del espíritu colombiano. Lugares como La esquina de la Ricura, la Fondita La Moneda y la repostería Las Palacio empezarán a rondar estas líneas y se convertirán para mí, en verdaderos templos gastronómicos.