Mi trabajo:
Convertir los ingredientes en poesía para engordar tu corazón
Por Tulio Zuloaga
La cocina es lo más cercano a la poesía que conozco. La unión de ingredientes e ideas que uno jamás imaginó que se podrían mezclar. Un devoto cocinero, al igual que un consagrado poeta, siempre está dispuesto a dar un paso más: a entregarse, a cocinarse hasta lograr que lo servido, diga y despierte algo: "Que toque y transforme". La comida es solo comida. Es quien cocina, al igual que el poeta, el que la en hila hermosas historias; buscando provocar en el comensal, un efecto de profunda y duradera trascendencia.
Un plato Peligroso
Sorpresa, fue lo primero que sentí al recibir en mi mesa la curiosa caldereta rebosante de arroz y mariscos del restaurante De Río y Mar. Aquél aroma cálido de acentos caribeños, se elevó entre los granos regordetes, húmedos y separados de aquella pequeña y pesada olla. -Qué bien se ve, le alcancé a decir a mi esposa, antes de perder la cabeza y comer como si fuera la última vez. Acababa de hacer justicia a un sabroso Salmón Timbequé, y ahora me esforzaba por no perder grano de este imponente plato de la costa colombiana: una caldereta de arroz entintado en Achiote, con langostinos, camarones, almejas, pulpo baby, calamar, mejillones y aceite de Ajonjolí. Llegué al punto de ver peligrar los botones de mi camisa y, aún así, seguía sin poder parar. Respiraba lento, masticaba más lento, como queriendo detener el tiempo y hacer eterno cada mordisco. Este plato, una marea de emociones. Tras 700 gramos de pura felicidad, tuve que tirar lejos el tenedor para no caer muerto por gula y exageración.
tel: (034) 583-2010
Carrera 34 n 7-18
Un Pollo y mi locura
El Domingo pasado me escribió Laura Castro, la cocinera de Le Coq, para enviarme a casa un regalo: "Quiero que conozcas lo que estamos haciendo aquí". Una vez superada la pena, envié la dirección y me olvidé del asunto. Un rato más tarde reposaban sobre mi mesa unas hermosas cajitas de cartón de todos los tamaños, repletas de leyendas, tarjetas y bien amarraditas. Abrí la primera, como si se tratara de un tesoro, mientras mi familia miraba con curiosidad. Solo fue levantar la tapa, para que un sedoso aroma a Romero abrazara a los presentes.
-¿Qué hay ahí papá? preguntó mi hijo menor, desesperado por el ataque aromático.
-Unas papas corozo, respondí, mientras depositaba una en mi boca.
Sal gruesa, aceite, ajo y romero, esa fue la lectura que hicieron mis agradecidas papilas tras el primer mordisco. Una luz salió del siguiente cofre, provenía del fresco brillo de un mezclum de lechugas sobre las cuales reposaban unas curiosas bolas de queso azul amasadas con más queso crema y cebollín picado, envueltas en maní y ajonjolí triturado.
-Qué cosa más sabrosa, atiné a decir mientras aplastaba con mi lengua las cremosas y gustosas esferas.
Al levantar la tapa del estuche principal una fragancia cítrica y limonuda me elevó del suelo. Se hizo un silencio y la mirada de todos se clavó en mis manos, que ya sostenían un dorado y robusto muslo de un pollo Europa. Cerré los ojos y mordí con suavidad; profundamente, con ganas; permitiendo que el ácido y la fragante flor de lavanda envolvieran mi boca y mi corazón. Pequeñas explosiones empezaron a suceder, brotando, tras cada dentellada, suspiros a tomillo, limón, albahaca y ajo ¡Qué obra culinaria tan conmovedora!
Cra. 43D N 10 -72
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