"Tras cada sorbo sentí como si Dios tocara mi cabeza con su dedo"
Por Tulio Zuloaga
Cuando se trata de experiencias personales alrededor del vino, las líneas que hacen la diferencia entre lo real y lo divino son bastante difusas y subjetivas. Esta es la base y el fundamento del universo de los sentidos: Importa el ser humano y su espíritu al encuentro con la copa.
Serían algo más de las 2 de la tarde del 10 de Marzo del 2012 cuando mi esposa telefoneó, para confirmar que había logrado conseguir, después de algún tiempo de espera, cupos para viajar en el Allure of the Seas, el barco más grande del mundo. Además de la felicidad inicial, del evento, de la alegría al saber que pasaríamos algunos días surcando los mares del Caribe al lado de nuestros hijos, llegó a mi corazón, casi que como un llamado, el tema que inspiró este artículo: La posibilidad de comprobar si el vino que estaba tomando justo en ese momento, un Parras Viejas de Santa Helena cosecha 2008, sabría igual en aquel mítico barco que en el ambiente de mi oficina. ¿Por qué llegó a mi mente este planteamiento? Llevo años escuchando a los especialistas decir que el vino adquiere o pierde importancia según el momento, la compañía, el lugar y la situación en que se beba: "De eso depende el 98%, de la experiencia". ¿Será cierto? ¿Un vino puede mejorar o empeorar según la condición, la ubicación y el estado de ánimo?
Así que, sin importar lo idílico de esta postura, me lancé a la aventura de disfrutar la misma botella en dos lugares diametralmente distintos y comprobar el sentimiento tras cada copa. Cerré los ojos y di un largo sorbo de este majestuoso caldo, dejando que su untuosidad y sabor especiado abrazaran mi lengua. Anoté apresuradamente: Este vino me encanta. Aun aquí, hundido entre los papeles de mi oficina, resulta perfecto. Es equilibrado, sabroso. Deja una impresión profunda y duradera en mi paladar. Alivia las cargas de un ajetreado día de trabajo.
Al regresar a casa, tomé la última botella de Parras Viejas, y la envolví cuidadosamente entre camisas y pantalones. La llevé a la maleta que me acompañaría en esta travesía. Próxima parada: Mi corazón, en la proa del Allure, contemplando quizás, el inquietante azul del océano Atlántico o algún atardecer frente a las playas de Saint Maarten, Nassau o St. Thomas, con la copa entre mis dedos, y dando conscientes sorbos de Parras Viejas, para lograr exprimir lo mejor de él, y corroborar o desmentir, si en ese momento y lugar alcanzaría a ser aún más grandioso. Y así fue.
La respuesta me llegó mientras observaba, desde el piso 14 del barco, cómo la proa cortaba la Atlántica tela marina. En ese mágico momento, con el Parras Viejas en mis labios, saqué nuevamente la libreta y anoté las mismas palabras que la vez anterior; pero con una aclaración: "Tras cada sorbo, sentí como si Dios tocara mi cabeza con su dedo".
Concluyo: "Es cierto. Aunque el vino importa, termina siendo más relevante el sentimiento que antecede y precede cada sorbo; el lugar, la situación. Importa el ser humano y su espíritu al encuentro con la copa". También debo reconocer que para un mal vino no hay arreglo posible, la situación es lo determinante, está claro; pero para ello también el vino debe cumplir con su parte.
NOTA Final...
En el vino todo se define en el corazón: El principio y el fin están descritos en el sabor, en el aroma, en la textura; y lo que no es, se diluye tras el corcho. Lo que ocurre después de cada sorbo es una experiencia individual y puramente espiritual.